>
Las misiones Apolo de la NASA habían mostrado imágenes de la Tierra vista desde la Luna; pero el Voyager 1 captó la Tierra como una pequeñísima mota de luz en la enormidad del Sistema Solar, que es nuestro vecindario en la Vía Láctea, la cual es una galaxia más en un universo repleto de millones de galaxias.
Para llegar al ángulo que permitiera la toma de este “retrato”, la sonda lanzada en 1977 recorrió seis mil millones de kilómetros en 13 años. En su paso por el sistema transmitió las primeras fotos espectaculares de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Hoy el Voyager 1, como se indica en el comienzo de esta entrada, está a más de diez y siete mil cuatrocientos millones de kilómetros del Sol y, aunque sus cámaras no funcionan, sigue transmitiendo señales de su ubicación.
Esta foto de “familia” planetaria, un poco distanciada, sólo se pudo obtener cuando la cápsula Voyager 1 estaba a 6.000 millones de kilómetros, después de haber viajado 12 años.
Es el lugar donde debemos convivir los breves lapsos de tiempo de nuestras vida, un hogar que debemos saber preservarlo, para nosotros y nuestros descendientes. La Tierra aparece como un punto en la inmensidad del sistema, un pequeño y vulnerable píxel, una mancha rescatada de la profunda oscuridad sólo gracias al Sol. En ella vivimos, reímos, lloramos, sufrimos y luchamos, sin darnos cuenta que es el único lugar que tenemos y debemos cuidar.
Ese punto de luz, visto desde la profundidad del espacio, se hace difícil concebirlo como un lugar que albergue vida inteligente. Pero la hay, y las naves Voyager son una prueba que si sabemos utilizarla en beneficio global, hace factible la posibilidad que en un futuro impredecible, logremos ir a conocer lugares que por el momento imaginamos.